El 17 de agosto de 1850 muere en Boulogne-Sur-Mer, Francia, el general José de San Martín. Felipe Pigna (2014) expresa:
José de San Martín es uno de los hombres más nombrados y más homenajeados de nuestro país y a la vez, paradójicamente, uno de los menos conocidos en toda su dimensión. Las miles de calles (una por pueblo o ciudad) que llevan su nombre, las centenares de plazas, los tantos y tantos monumentos y bustos poco nos dicen de este hombre que lo dio todo por su país, que se comprometió hasta sus últimos momentos con la suerte de sus habitantes. Extraordinario estratega militar, que se inició en la carrera de las armas a los once años y a los quince ya era un oficial con mando de tropa; enorme lector y fundador de bibliotecas, pintor y concertista de guitarra. Calumniado hasta el extremo, perseguido, ignorado y exiliado, su aguda mirada del país fue acallada, sus opiniones políticas ocultadas; su visión del ejército y el rol de las fuerzas armadas en la sociedad civil, censurada.
Múltiples perspectivas, en diferentes contextos históricos, han reconstruido la imagen de José de San Martín.
Hoy valoramos su acción militar y su lucidez política, puestas al servicio de la libertad de América hispana, que permiten reconocerlo como un símbolo de la consolidación de los ideales contenidos en las jornadas de mayo de 1810 y julio de 1816. La conmemoración de su paso a la Inmortalidad permite, justamente, descubrir los complejos entramados políticos y sociales en los que llevó adelante su gesta, los ideales que la inspiraron y los diversos actores y grupos sociales que lo apoyaron y lo enfrentaron. Permite descubrir, a fin de cuentas, la complejidad de los procesos históricos y las disputas por la representación de ese pasado en el presente.
La gesta sanmartiniana y la figura de José de San Martín, en el 174° Aniversario de su Fallecimiento, ofrecen una oportunidad para la interpretación del significado histórico de su acción pública y de su proyección nacional e internacional.
Su figura trascendió el ámbito militar para proyectarse como gran estratega y conductor político. Con visión estratégica, percibió claramente cuál era el camino que debían transitar los pueblos americanos para constituirse en naciones libres y soberanas.
José de San Martín había nacido en Yapeyú, actual provincia de Corrientes, el 25 de febrero de 1778 y se trasladó junto con su familia a España cuando sólo tenía cinco años de edad. Años después volvería a su tierra natal para servir a su Patria.
A comienzos de 1812, a bordo de una fragata inglesa, llegaron a Buenos Aires varios militares argentinos procedentes de Europa, entre ellos José de San Martín y Carlos María de Alvear. El primero fue un militar de carrera que en Europa pudo prepararse, pasó por importantes experiencias en el campo de batalla y llegó a conocer a los grandes estrategas de la época: Napoleón Bonaparte y el Duque de Wellington; el segundo, una alta autoridad de la masonería. Ambos, de filiación masónica, traían en sus planes ideas coincidentes para emancipar la América Española.
San Martín se dedicó de inmediato a formar un cuerpo militar, el Regimiento de Granaderos a Caballo, y a organizar un plan de lucha contra el poder español, mientras que Alvear ocupaba los más altos cargos públicos para organizar la incipiente Nación.
La primera misión de San Martín -y Bautismo de Fuego- fue en 1813, en el combate de San Lorenzo, único combate en lo que luego sería el territorio argentino. El triunfo de San Lorenzo ante los españoles aumentó políticamente el prestigio y la confianza en San Martín.
La estrategia sanmartiniana consistió al principio en salir hacia el Norte en busca del enemigo; para ello contó con la participación de Manuel Belgrano, que pasó a comandar la avanzada militar en el norte argentino. Alvear, por su parte, se dispuso a resistir el avance portugués y a recuperar la Banda Oriental del Uruguay.
Las dificultades del trayecto hacia el Norte hicieron necesario un cambio de estrategia. Su plan, madurado concebido de antemano apuntaba a la liberación continental. Se proponía vencer a los realistas pasando a la ofensiva.
Esto sólo sería posible si los patriotas llegaban por mar al Perú, en donde se concentraba el poder realista.
San Martín sabía que para concretar un plan tan ambicioso no era suficiente el poder militar, también se necesitaba el poder político. Entonces se instaló en Mendoza, solicitó y obtuvo el cargo de Gobernador Intendente de Cuyo. Desde allí organizó el Ejército de los Andes y emprendió el épico cruce de los Andes.
Mientras, en Europa, el fin de las invasiones napoleónicas y la vuelta de las monarquías absolutistas, colocaba en el trono español a Fernando VII que, para 1816 sólo le faltaba recuperar el territorio del ex virreinato del Río de La Plata, la única región americana que oponía resistencia al avance de los españoles.
En medio de este sombrío panorama, San Martín creía urgente e imprescindible que el Congreso reunido en Tucumán el 24 de marzo de 1816, declarara la independencia. El 12 de abril de 1816, José de San Martín, gobernador intendente de Cuyo, escribía al diputado por Mendoza, Tomás Godoy Cruz, expresándose en estos términos:
¡Hasta cuándo esperamos para declarar nuestra independencia! No le parece a Ud. Una cosa bien ridícula, acuñar moneda, tener pabellón y cucarda nacional y por último hacer la guerra al soberano de quien en el día se cree dependemos, ¿qué nos falta más que decirlo? Por otra parte, los enemigos (y con mucha razón) nos tratan de insurgentes, pues nos declaramos vasallos. Esté usted seguro que nadie nos auxiliará en tal situación… ánimo, que para los hombres de coraje se han hecho las empresas.
En este texto, San Martín daba argumentos políticos para sostener las guerras por la independencia, que habían comenzado en 1810 y terminarían, en la América del Sur, en 1824.
Ya en Chile y unido a las fuerzas chilenas, obtuvo las victorias de Chacabuco, en 1817, y de Maipú, en 1818, que aseguraron la independencia de Chile. Aún faltaba la etapa definitiva de la campaña libertadora: ocupar Lima, la capital del Virreinato del Perú. En esa misión, el Libertador contó con la ayuda de la Marina británica, que trasladó a todas sus fuerzas a puertos peruanos.
En julio de 1821 entró en Lima, Perú, y el 28 de ese mes declaró la Independencia de ese país. Fue recibido con entusiasmo por la población y proclamado Protector del Perú. A pesar de esto, el poder español mantuvo posiciones militares y el escenario político se fue convulsionando debido al enfrentamiento de diversos partidos dentro del movimiento emancipatorio. En ese clima de dificultades para el proyecto libertario, San Martín viajó hasta Guayaquil para encontrarse con Simón Bolívar, quien venía desde Venezuela cumpliendo una marcha triunfal. Este encuentro, conocido como la Entrevista de Guayaquil, aún suscita debates entre los historiadores acerca de los detalles de su desarrollo, acuerdos y desacuerdos.
Luego de este encuentro, San Martín decide retirarse de la lucha por la emancipación, quedando entonces Bolívar con la disposición de seguir camino al sur y concluir la liberación del Perú iniciada por el argentino.
Cuando San Martín regresó a Buenos Aires pudo observar que el país estaba envuelto en luchas internas en las cuales no participaría ya que consideraba que la causa de la patria era superior a los intereses de cualquiera de sus partes. Las discrepancias con el gobierno de Buenos Aires lo decidieron a marchar hacia Europa.